Aunque se llama sor Aya, no es monja,
y se dice que se lleva muy mal
con su conmilitante Cospedal
con la que compite como en la lonja.
Ellas no se hacen ninguna lisonja
pues tienen una batalla campal;
las dos se exprimen con fiereza igual
como si ambas fueran una toronja.
Mariano les permite competir
y prosigue con su boca cerrada.
Él siempre prefiere no intervenir
porque su política es no hacer nada.
A Mariano lo aman los hacendados,
pero lo odian las colas de parados.