Los gays que adoptan lo hacen por egoísmo,
por saciar su ansia de paternidad,
y hacen una triste barbaridad
aunque ellos crean que eso es civismo.
La plebe cree que es casi lo mismo
que si el gay fuera un padre de verdad,
cuando entre la una y la otra realidad
hay nada menos que un enorme abismo.
La adopción es un acto de arrogancia,
pues aunque le demuestren gran cariño,
los gays le roban a aquel pobre niño
algo que es de una vital importancia,
porque ese niño siempre ignorará
lo que es haber tenido una mamá.