La chica amaba la televisión
y ante ella pasaba las horas mil,
y enseñando los hombros y el pernil,
fue a misa a recibir la comunión.
El buen cura le llamó la atención,
pues su escote no era nada monjil,
y la madre fue a la Guardia Civil
a denunciar tamaña humillación.
El cabo consultó los reglamentos
de cómo administrar los sacramentos,
pero en los reglamentos no halló nada
para encerrar al clérigo en la trena,
y aconsejó a la madre cabreada
vigilar más la tele de su nena.