Soñaba con su pequeño abortado;
en el fondo de su alma le dolía,
se despertaba en la noche y lo oía,
y lo veía todo destrozado.
Ella se arrepentía de su pecado,
y al ver a otros pequeños sufría,
porque se imaginaba cómo sería
su niñito que ella había matado.
Ahora disimula su gran tristeza
y a su hondo malestar se sobrepone;
llora mucho en la iglesia mientras reza
y le pide a su hijo que la perdone.
La llaga del aborto es una herida
que a muchas les dura toda la vida.