El ser cajera de un supermercado
les gusta más que besar a un bebé.
El instinto materno se les fue
y ahora tendrán que purgar su pecado.
Ahora informan a cómo está el pescado,
y que ha subido el precio del café,
y tendrán que estar ocho horas de pie
aguantando a mucho cliente pesado.
En el hogar tenían libertad
para moverse por la casa o salir;
ahora no les permiten rebullir
y les prohíben la movilidad.
Y en su casa, al llegar, nadie dirá:
Te quiero mamita. Hola mamá.