Los políticos no quieren jueces justos;
tampoco les gustan los jueces rectos,
ni que sean demasiado perfectos
o que tengan fama de muy adustos.
Los políticos no quieren pasar sustos,
quieren que los jueces les sean afectos
para que no les descubran defectos
ni les ocasionen serios disgustos.
A los políticos muy miserables
les encantan los jueces que son mansos
y que son dóciles y manejables
aunque los hagan quedar como gansos.
Y como en el mundo “hay gente pa to”,
Zapatero muy bien que los usó.