Desfemninicemos a la mujer
y convirtámosla en un marimacho.
Que no piense tener ningún muchacho,
porque eso ya pertenece al ayer.
Ahora la tenemos que convencer
que se olvide de sopas y gazpacho,
porque su lugar está en un despacho
donde tendrá categoría y poder.
Deberá practicar cualquier deporte,
aunque la convierta en un rudo potro,
y si no se lleva con su consorte
que, prontamente lo cambie por otro.
Si la pobre se traga esta gran trola
se encontrará al fin de su vida, sola.